En el sudeste asiático, entre las aguas de Filipinas, Malasia e Indonesia, habita una comunidad que ha dejado perplejos a investigadores de todo el mundo. Se trata de los bajau, también conocidos como los “nómadas del mar”, quienes han desarrollado una capacidad extraordinaria que los distingue del resto de la humanidad: pueden sumergirse a profundidades extremas sin usar equipos de buceo, manteniéndose bajo el agua durante varios minutos con una resistencia fuera de lo común.

Durante generaciones, los bajau han vivido prácticamente fusionados con el océano. Su supervivencia depende casi por completo de lo que el mar les ofrece: pescan, recolectan moluscos y se desplazan en pequeñas embarcaciones llamadas lepa-lepa. Pero lo más asombroso no es su estilo de vida flotante, sino una adaptación genética única que parece haber surgido como resultado de su relación ancestral con el entorno marino.
Una investigación publicada en la revista Cell reveló que los bajau presentan un órgano clave modificado: su bazo es considerablemente más grande que el del promedio humano. Este detalle, aparentemente menor, es en realidad esencial. El bazo actúa como una reserva de oxígeno, liberando una carga extra de glóbulos rojos al torrente sanguíneo cuando el cuerpo entra en estado de apnea. Esta respuesta fisiológica permite a los bajau aguantar la respiración por más tiempo y sumergirse a más de 70 metros de profundidad sin asistencia.
Pero el tamaño del bazo no lo explica todo. Los científicos también hallaron variaciones genéticas específicas que potencian su rendimiento en el agua. Una de ellas afecta a un gen llamado PDE10A, implicado en la regulación del tamaño del bazo. Otras mutaciones se relacionan con el reflejo de inmersión, un mecanismo que ralentiza el ritmo cardíaco y redirige la circulación hacia los órganos vitales cuando el cuerpo se encuentra en condiciones de baja oxigenación. Esta combinación de factores convierte a los bajau en un verdadero ejemplo de evolución biológica en curso.

Aunque sus habilidades pueden parecer fruto de un entrenamiento intensivo, la ciencia ha confirmado que se trata de una adaptación heredada, no adquirida. Desde la infancia, los bajau aprenden a moverse como peces en el agua, y aunque la práctica fortalece sus capacidades, es su código genético el que les da la ventaja definitiva. Algunos miembros de la comunidad incluso optan por perforarse los tímpanos para aliviar la presión en inmersiones profundas, un método rudimentario pero efectivo que refleja hasta qué punto su vida depende del mar.
A pesar de estas cualidades extraordinarias, la vida tradicional de los bajau enfrenta graves amenazas. La contaminación de los océanos, la sobrepesca y la falta de reconocimiento de sus derechos como pueblo originario han puesto en riesgo su forma de vida. Muchos jóvenes migran hacia zonas urbanas en busca de nuevas oportunidades, lo que provoca una pérdida gradual del conocimiento ancestral que ha sido transmitido de generación en generación.
Lo que en otro contexto podría parecer el argumento de una película de ciencia ficción es, en realidad, una historia profundamente humana. La existencia de los bajau demuestra que el cuerpo puede cambiar, adaptarse y evolucionar cuando las condiciones lo exigen. Su caso representa uno de los pocos ejemplos documentados de evolución reciente y observable en humanos, lo que ha despertado el interés tanto de biólogos evolutivos como de antropólogos.
El relato de esta tribu no solo es fascinante por sus implicaciones científicas, sino también porque nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con el entorno y los límites —cada vez más difusos— de lo que creemos posible para la especie humana. Mientras el mundo avanza, los bajau nos recuerdan que aún quedan misterios por descubrir en nuestra propia biología.